domingo, 28 de agosto de 2011

De nubes

Desde que era niño me han fascinado las nubes. Y como tantos otros jugué a adivinar entre sus formas uno y todos los objetos animados o inanimados, toda la fauna real o fantástica. Pero esa fascinación iba más allá del contenido y se extendía hacia el continente, a los apelativos científicos que aprendimos en clase y siempre me parecieron maravillosos: cumulonimbos, estratos, cirros. 

En este poema evoco esos juegos sencillos al evocar el amor y al evocar el amor evoco la muerte y evoco Cowgate, una callejuela del Edimburgo gótico bajo la cual están tendidas las catacumbas de la ciudad, los conventillos insalubres en los que, al parecer, los infames Burke y Hare hallaron víctimas (vivas) para suplir (con su muerte) las ansias epistemológicas de los jóvenes estudiantes de medicina de la universidad.

El fantasma de Cowgate 

Te reconozco secretamente
en los juegos sencillos,
como adivinar las formas
de las nubes,
yunque, sábana, hebra,
para luego llamarlas por sus nombres galantes,
cumulonimbos, estratos, cirros
o las inalcanzables noctilucentes
que se ofrecen sólo a los ojos más polares.

En secreto,
rodeado, casi 
habitado por las nubes
pasantes, alzo la vista
hacia la tibia del aire,
miro con descaro su melic
mientras escribo versos
desde el Omphalos,
fumo y bebo demasiado café,
como Machado,
y adolezco también
de una cursilería imperdonable,
me enfado conmigo mismo.

En silencio,
cercado, con los
huesos tiritando
vuelo al fin por las callejuelas
de Cowgate,
por pasadizos subterráneos,
y escojo palabras,
constelo silbidos sobre el moho
que agrieta la piedra negra,
atravesado de viento
me elevo,
fuera de mí.

("El fantasma de Cowgate" first appeared in Revista Cultural Turia, nº 99, 2011 [Spain])


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